Edición N° 424 - Agosto 2018

Habitat

 

 

¿Por qué el agua no es el nuevo petróleo? (por suerte)

Nuestra relación con el H2O trasciende a lo económico y es ahí donde reside la esperanza.

Es una pregunta recurrente en los últimos años: “¿El agua sustituirá al petróleo como motivo de una guerra global?”. De tan recurrente, se ha convertido en afirmación. Y hay motivos para darla por cierta. El primero, su necesidad evidente. No solo para el consumo, sino también para la agricultura, la manufactura de bienes, la producción energética… El agua está tan vinculada a nuestra propia existencia que parecería necesario pelear por ella.

Pero al elevar esta cuestión a mentes expertas, la guerra por el agua no se antoja inevitable. Para Aaron Wolf, profesor de Geografía del departamento de Ciencias Terrestres, Atmosféricas y Oceánicas de la Universidad Estatal de Oregón (Oregon State University), Estados Unidos, el agua causa tensiones políticas, no guerras. Por su parte, Alberto Garrido, director del Observatorio del Agua de la Fundación Botín (institución española que desempeña sus labores en España y América Latina desarrollando programas sociales y explorando formas de detectar talento creativo que permitan generar riqueza cultural, social, y económica), señala: “Aunque en el pasado ha habido conflictos en sentido estricto, hoy en día es más difícil que se transformen en tensiones militares”.

Se pierden 443 millones de días escolares al año debido a enfermedades relacionadas con el consumo de agua (diarrea, fiebre tifoidea, cólera, y malaria). Para entender la cuestión, basta con reducir el líquido elemento a cifras. De la totalidad de agua del planeta, explica Wolf, solo el 8 por ciento es consumible. Dos tercios de esa cantidad se emplean en tareas agrícolas y apenas el 10 por ciento se usa para beber. El resto se dedica a las manufacturas o a producción de bienes. “La usamos para todo, hasta por motivos estéticos o religiosos”, concluye.

Sin embargo, a pesar de que desde una perspectiva global no parece un recurso escaso, el agua falta en 18 de los 22 países árabes de Asia Occidental, indica la Comisión Económica y Social de las Naciones Unidas para la región. 700 millones de personas -el 10 por ciento de la población mundial- viven en la escasez absoluta.

La falta de agua, sostiene Wolf, ha causado más de mil conflictos en los últimos 50 años, y 3,5 millones de personas mueren cada año por su carencia. Un holocausto anual, “una epidemia comparable a los estragos que causó el sida o la malaria”, denuncia.

Aun así, el profesor defiende que no hay posibilidad de guerra, pero entiende que se hable de ella. “Así es como Occidente empieza a interesarse por el problema”, se resigna.

 

El poderoso ejemplo boliviano

“Hablar de guerra y paz respecto al agua no es el acercamiento correcto”, prosigue Wolf. Y Garrido asiente con optimismo razonado. El doctor en ingeniería agronómica sostiene que en las últimas dos décadas muchos países han asumido el hecho humano del agua y han cambiado sus Cartas Magnas para incluirla como derecho.

Bolivia es un ejemplo: tras el conflicto interno por el agua, que estalló cuando se privatizó el acceso en Cochabamba en 1999, la Constitución del 2009 recogió que “el agua constituye un derecho fundamentalísimo para la vida, en el marco de la soberanía del pueblo”.

Ciudad del Cabo se prepara para el ‘día cero’, fecha en la que se podría dejar de suministrar agua, a no ser que el consumo se reduzca o lleguen las lluvias, según advierte su alcaldesa

Desde una perspectiva de cercanía, Xavi Torras,  director de la Fundación We Are Water, dedicada a la construcción de estructuras para el acceso al agua y su saneamiento en 18 países del globo, coincide con el diagnóstico de Wolf y Garrido. “Hay centenares de acuerdos sobre el uso del agua -explica- y muy pocos conflictos”.

La razón por la que cree que una guerra del agua resulta improbable es de peso: “Su falta es tan devastadora que no creo que ningún país del planeta se atreva a planteársela. Si un país no tiene agua aniquila a su propia población”. De ahí la insistencia, que Torras conoce de cerca, de los gobiernos de países fronterizos o que comparten cuencas en alcanzar acuerdos.

Veámoslo sobre un mapa. Aunque India y Pakistán son zonas donde el agua escasea, es difícil que motive un conflicto entre ellos. La razón es su propia geografía: Garrido expone que son países soberanos sobre sus propios recursos, “constituidos en torno a cuencas hidrográficas”.

El caso del Nilo o del Mekong es diferente, ya que un mismo río nutre a distintos países, lo que ha generado conflictos a lo largo de la historia. Hoy no es así. Desde 1995, la Comisión del Mekong une a Camboya, Laos, Tailandia, y Vietnam en el bien común de la gestión del río. Y el llamado Pacto de las Fuentes del Nilo rige desde 2015 entre Egipto, Etiopía y Sudán.

Es la norma en la gestión del agua en zonas de escasez: conducir el conflicto hacia el acuerdo. Eso lleva, afirma Garrido, “a estar mucho mejor que hace 20 años”.

 

Un recurso compartido… y malgastado

Wolf apunta que el problema de la gestión del agua no está solo en el Tercer Mundo, sino allí donde el consumo de agua ha aumentado pero todavía no se ha creado una cultura de responsabilidad. “La reciente sequía en Ciudad del Cabo surge, en buena parte, porque no existe todavía una conciencia de consumo que lleve a un aprendizaje y a una prevención”.

Los países con menos población con acceso a agua potable son Chad y Níger (9 por ciento), Madagascar (11 por ciento), Etiopía (12 por ciento) y Sierra Leona (13 por ciento)

Garrido recuerda que en España el trauma del periodo 1993-1995, cuando se llegó a plantear la evacuación de Sevilla a causa de la sequía, “marcó un antes y un después. Nos hemos alejado mucho de una situación como esa. Un escenario como aquel tendría hoy un impacto menor, por la mejora tecnológica y el establecimiento de una cultura preventiva”.

El problema aquí es de posesión. Las tensiones locales por los Planes Hidrológicos Nacionales (PHN), o el conflicto -uno de los mil mencionados por Wolf- luso-español por el uso de los recursos de ríos compartidos (Miño, Tajo, Duero, y Guadiana) y solucionado con el Convenio de Albufeira, describen la génesis de la cuestión: malentender el agua como una posesión y no como algo compartido y, por tanto, necesario para todas las partes. Para Torras, esa conciencia del agua como algo que se puede gastar sin pensar más allá también está presente en las zonas de escasez. “Al usar el agua que tienen a su alcance para todo -limpiar, lavar, defecar- se contamina la cuenca del río hacia abajo” y el problema se multiplica.

 

Estamos obligados al diálogo

En un contexto global, el profesor Wolf ve en el agua no una causa de guerra sino un caudal de acuerdos. “Utilizar el agua como vehículo de diálogo es exactamente la forma en la que deberíamos abordar el problema”, sostiene. Wolf se declara “fascinado” por el Tribunal d’Aigües de Valencia, la corte ancestral en la que se dirimía el acceso al agua de los distintos regantes protegiendo así el recurso de los intereses particulares. Para el profesor, el Tribunal, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad desde el 2008, es “un ejemplo a seguir”. Porque en el conflicto del agua, razona, “la ley puede actuar. El mercado puede actuar. Pero también se puede actuar a un nivel espiritual”.

En España, los embalses se han rellenado gracias a las lluvias, pero los expertos avisan que no es suficiente

“El agua se aborda solo desde la perspectiva física y emocional, aunque mucha conflictividad al respecto surge de la relación intelectual o espiritual que tenemos con ella”, continúa Wolf. Al tratar el agua como un producto tangible y no como un valor intangible, acabamos desarrollando una relación económica con ella, más transaccional que humana. Para el profesor, una aproximación únicamente científica hacia el agua genera el miedo a la carencia. Y ahí nace el conflicto entre dos partes que quieren y temen lo mismo. Sin embargo, “si conseguimos relacionarla con todos nuestros niveles de existencia nos daremos cuenta de lo importante que es”.

“Aunque se sale de los parámetros académicos de la geoestrategia y la economía”, explica Garrido, la aproximación espiritual al alma del agua “puede ayudar a tener una comprensión más integral de ella como recurso”.

Además, el director del Observatorio del Agua de la Fundación Botín recuerda que la encíclica Laudato si’ del Papa Francisco (2015) subraya la importancia del agua y empuja hacia “una visión del mundo de los recursos naturales desde su lado más transcendental”. Y añade que esta concepción del agua como valor no se aleja de lecturas ya existentes y basadas en la ecología, como la Nueva Cultura del Agua, un movimiento impulsado por Pedro Arrojo, doctor en Física y Premio Goldman para el Medioambiente, hoy diputado de Podemos en Aragón, que defiende que de la misma manera que al ver un bosque no vemos un almacén de madera, al mirar un río o un pantano no deberíamos ver solo un canal de H2O.

 

Un último truco para entenderlo

We Are Water está difundiendo el cortometraje El hombre de agua dulce, dirigido por Álvaro Ron y participante en los pasados Premios Goya, para fomentar esta lectura. En el corto, un hombre se dirime entre vender sus tierras, que albergan un pozo de agua, o resucitar un río que se ha secado. Es decir, entre el beneficio personal o el bien común.

Para Torras, la mayor cautela sobre el valor del agua, y también contra una hipotética guerra por el líquido elemento, es “tomar conciencia de que se trata de un organismo vivo, que es parte de la esencia de un planeta que por algo decimos que es azul”. Armonizar el uso del agua como lo que es, un recurso compartido, es la mejor prevención contra el temido conflicto.

Y si una vez advertidos de la rareza del agua, de su naturaleza común, del drama que causa cuando falta; si una vez conscientes de todo eso, todavía necesitamos una prueba más para tomar conciencia de su valor, el profesor Wolf propone un último ejercicio: “Intente vivir sin agua un día. Solo un día. A ver qué pasa”.

 

El tabú del cerdo como medida de protección del agua

Aunque desde un punto de vista científico la sacralización del agua, planteándola como algo espiritual, parezca impropia, lo cierto es que en origen las religiones buscan regular la relación del ser humano con el entorno. Es decir, hacer sagrado lo terrenal para protegerlo.

En vacas, cerdos, guerras y brujas, el antropólogo Marvin Harris argumentaba que el tabú judáico y musulmán contra el consumo de cerdo escondía, en realidad, una defensa del agua. El cerdo carece de glándulas sudoríparas, por lo que retoza en agua para regular su temperatura corporal, contaminándola. Prohibir el cerdo, sostiene Harris, conllevaba, sencillamente, y en el contexto de carencia de Oriente Medio, proteger el agua necesaria para el cultivo y el consumo. Algo que, pese a ser un mandato religioso, forma parte en esencia de una perspectiva más humana que divina.

Fuente
https://elpais.com

 

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