Edición N° 389 - Septiembre 2015

Hacia una arquitectura más humana

 

El arte imaginó ciudades de ensueño o pesadilla y la gente ansía una “casa con jardín”. Más allá de la ficción, ¿cómo resolver problemas reales? Es la propuesta de J. Sarquis, autor del artículo, quien es doctor en arquitectura y fundador del Centro Poiesis de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires.

 

¿Estamos a tiempo de corregir el rumbo de la construcción dura y material que condiciona el desenvolvimiento del pueblo que habita, en más de un 80 por ciento de la población mundial en regiones urbanizadas?

La noción misma de ciudad está en crisis de identidad, pues las grandes megalópolis como Buenos Aires ya no pueden fragmentarse en ciudades de medianas dimensiones que posibilitan vínculos humanos que pueden ser acogidos en la palabra vecinos.

En los últimos años el tema de la ciudad ha encontrado eco en los arquitectos. Se ha sobrevalorado tal vez la importancia de la ciudad -como totalidad en su relación con la región circundante y más allá de ella- y se ha atendido menos a su relación con la arquitectura que la ciudad contiene. Incluso los políticos aluden a los vecinos -el primero fue Alfonsín cuando habló de los “vecinos de Buenos Aires” en los años 80 del siglo pasado-: una expresión de amistad y buen trato, pero también, de manera indirecta un intento de controlar el descontrol de la megalópolis.

Creo que un disparador importante para que los arquitectos se interesaran por la ciudad fue el libro de Aldo Rossi, La arquitectura de la ciudad, aparecido en 1992 y publicado recientemente en su duodécima edición. En él se valora la ciudad como la memoria construida de los avatares que ha vivido y se señalan dos tipos de construcciones. Por un lado el tejido común de las viviendas, con todas sus variantes, y por el otro, aquellos hitos o artefactos de la ciudad que marcan las singularidades de hechos arquitectónicos, como los monumentos del obelisco de Plaza de Mayo, resignificado por las Madres de la Plaza.

Vale detenerse en este sentido en los comienzos del siglo XX y en los arquitectos que inician la conformación de la arquitectura moderna, llamada así después de la aparición de las obras de Le Corbusier, Mies Van der Rohe, Alvar Aalto y Wright. La preocupación por la ciudad está basada, entre ellos, por un lado, en una particular visión de la ciudad que cada arquitecto moderno dibuja a su manera y por el otro, en obras de arquitectura que ofrecen como visiones del futuro, verdaderas experimentaciones proyectuales.

Los arquitectos de las vanguardias históricas y también los pintores se hicieron eco de la cuestión de la ciudad y sus visiones a través de la arquitectura. Así, las propuestas del constructivismo ruso, que imaginaban la nueva ciudad expresada en la nueva arquitectura, o Marinetti en Italia y el Futurismo, o el desencanto de la ciudad en las pinturas llamadas metafísicas (más allá de lo físico), de Giorgio de Chirico. En la Argentina no faltaron los pintores como Xul Solar (1887-1963), quien en sus dibujos de pequeño tamaño imaginaba ciudades extrañas. Xul estudió arquitectura dos años y el tema fue recurrente en sus obras. Estas imágenes nos muestran la gran preocupación que tenía la cultura visual por imaginar un futuro urbano inevitable que ya se vislumbraba en los comienzos del siglo XXI para Buenos Aires, sus áreas inundables y los aledaños, como el Tigre y áreas suburbanas. Una mirada de la ciudad desde la arquitectura, se ve en estas pinturas, y ello humaniza y más aún esclarece la mirada sobre la ciudad desde el espectador y receptor de estas obras de la cultura visual.

¿Tienen los saberes urbanos -de la ciudad y la región- miradas sobre la arquitectura? Y a la inversa, ¿tienen los arquitectos una mirada sobre la relación con la ciudad -más allá de sus visiones artísticas- que les entregue a otros arquitectos y a otras disciplinas de las ciencias humanas y ecológicas, técnicas sobre lo que hay que hacer? Menciono algunos ejemplos: los proyectos de urbanización de las villas en Buenos Aires permiten re-proyectar viviendas acordes a los cambios en las familias en el tiempo, sea del hábitat de las familias numerosas o ensambladas o de otro tipo. En el país son muchos los que trabajan el reciclaje de los materiales y el problema de la energía: desde la vivienda ecológica del arquitecto Carlos Levinton, que recicla el agua de lluvia y de uso sanitario, a los estudios energéticos del Centro de Investigaciones de Hábitat y Energía. O el Centro Poiesis de la Fadu-UBA (Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires), que propone nuevos tipos de viviendas para las villas en Quilmes. O el arquitecto Hernán Sarmiento en Lomas de Zamora en Villa Palito. Otros promueven los techados verdes, buscando expandir las áreas verdes.

En este sentido, son muchas las intervenciones en el mundo que buscan reciclar la energía. Pero lo importante es que estas intervenciones se hagan con arquitectura y reelaborando sus valores.

 

De la fantasía a la ciudad real y actual

Todas estas ideas y muchas más que plasmaron arquitectos y literatos argentinos -desde Borges, en Fervor de Buenos Aires en 1924, a Mallea, en la Bahía del silencio o Roberto Arlt, en sus magníficas obras y en sus Aguafuertes porteñas- imaginan una ciudad donde la convivencia barrial en la vida cotidiana, es el modelo que ya se ha perdido.

En este sentido sólo las ficciones futuristas intentan pensar lo que vendrá. Pero ¿hay contaminaciones o interinfluencias entre campos diversos que ejerzan alguna incidencia entre sí? ¿Son materiales heterogéneos que pertenecen a culturas diferentes, la visual y la textual? Si bien su objeto de conocimiento es casi el mismo, nunca es idéntico, pues con materialidades diferentes y configuraciones materiales heterogéneas entre sí construimos realidades diferentes de un mismo real inalcanzable.

En casi todas sus obras -sorprendentes, valiosas, perdurables- “el ambiente humano jugó para (Eduardo) Mallea(escritor y diplomático argentino), como parte de un significado latente, mezcla de ese crecimiento monstruoso de la urbe y del ‘quietismo’ fijado a su imagen como condición de frustración”. Su obra, se afirma en la página web del escritor, “forma parte de la literatura y ensayística de los años 30, en la que un grupo de intelectuales argentinos se preocuparon por responder a la pregunta por la identidad nacional. De esta inquietud surgió su novela más relevante: Historia de una pasión argentina.

La arquitectura argentina abrevó mucho de este campo literario, ¿tuvo el mismo efecto en el saber de lo urbano, entre los constructores de la ciudad? Hace tiempo que abogo por la idea de que la escala o dimensión adecuada para hacerse cargo con cierta posibilidad de eficacia de esta problemática, es la arquitectura urbana, con exigencias disciplinares propias del urbanismo como saber constituido y afirmado, como disciplina y como ejercicio profesional.

La ciudad inserta en la región metropolitana presenta grandes dificultades operativas de acción exitosa pues al pertenecer a distritos políticos diferentes, resulta muy difícil acordar medidas que favorezcan al conjunto del área o región metropolitana en este caso. Sería legítimo preguntarnos ¿puede humanizarse la planificación del territorio de manera visible y palpable? Claro que sí, cuando hablamos de políticas de inclusión y defensa del patrimonio nacional, o sea medidas políticas que requieren un posicionamiento ideológico. Pero no es sencillo bajar estos principios a la visibilidad y certezas definitivas. Ocurre como con la ciencia y a veces con la economía cuando esta se reviste de un ropaje imaginario, de que las medidas tomadas han sido las necesarias para salir adelante. Aquí vale la sentencia bíblica, “por sus frutos lo veréis”. Hoy sabemos bastante de esto los argentinos.

La escala del barrio, del sector urbano, permite esclarecer su dimensión teórico ideológica, es decir, la posición que exhiben los técnicos y especialistas para enfrentar los diferentes problemas que toda urbe crea, por ejemplo que la construcción de propiedades horizontales en todos los barrios y la planificación general de la ciudad conciba o no que el Estado debe regular estas construcciones.

No significa esto descartar la planificación urbana y regional, significa acotar “el problema”, para poder construirlo, discutirlo y acordar las áreas o variables a estudiar, relevar, y luego ponderarlo mediante la participación ciudadana.

Tal vez el gran desafío sea la vivienda colectiva, no sólo para los sectores carenciados sino para las clases medias. Pero esto es muy resistido por una población atrapada en el imaginario de que una casa, como tal, es “la casa con jardín”. Y no se advierten otros ejemplos de viviendas en altura que pueden tener terrazas amplias y ámbitos para la vida social en lugares para los diferentes cortes etarios.

Es lo que el sociólogo francés Bruno Latour, que propone re-ensamblar lo social, llama “los actantes o actores humanos” en comunión con “los actantes o actores no humanos” a trabajar en conjunción. Una cultura material que debemos colocar en aquellas áreas urbanas que completan en el tejido los vacíos o baldíos suburbanos con viviendas colectivas o áreas verdes para el colectivo social, acompañado claro por las inversiones estatales de infraestructura a nivel urbano.

Estas viviendas colectivas no son construcciones que “apilan” similares unidades habitativas unifamiliares. Deben proyectarse, y aquí los arquitectos, autores de los artefactos artificiales del colectivo social, deben asumir la seria responsabilidad de proyectarlas. Y cuando digo esto sostengo que la mayoría de las intervenciones llamadas proyectos -por el hábito o la costumbre- no son proyectos, sino composiciones en lenguaje moderno o apenas composiciones proyectuales tal como lo he definido en un artículo anterior (Arq 3/4/2012), que reiteran en sus configuraciones las fórmulas estereotipadas o dispositivos del habitar que los habitantes rechazan y con razón.

Ha llegado la hora de un compromiso con los destinatarios, los vecinos, que no pueden seguir siendo engañados, desde hace casi un siglo, por disciplinas que reiteran soluciones ineficaces para el tejido urbano, en el cual, los ámbitos siguen siendo pensados con las mismas denominaciones de espacio público o privado. O a lo sumo semi público o semi privado. Es necesario proyectar y ello comienza con las designaciones del lenguaje: no hablar de cocinas, sino de lugar para cocinar como se lo hace hoy, no hablar de dormitorio sino de lugar para dormir, donde los jóvenes tienen comportamientos diferentes a los de hace tres décadas. No hablar de plaza, sino de lugar de encuentro al aire libre, no hablar de vereda sino de peatonalidad urbana según sea su destino específico. No hablar de cosas construidas históricamente que han pertenecido a otras culturas, de manera cristalizada, sino describir las actividades y volver a nombrar. Si esa designación no existe todavía, pronto va a aparecer.

 

 

 

www.revistaenie.clarin.com

28.12.13

 

 

 

 

 

Revista

Ver ediciones anteriores

Suscribete

Y recibí cada mes la revista Mandu'a

Suscribirme ahora