Edición N° 428 - Diciembre 2018

Lo mejor que leímos

 

 

Payo, un síntoma que pone en la mira la perversa política

Esta semana, el Senado fue escenario de una disputa de alto calibre y baja ralea. El protagonista fue el senador independiente Paraguayo Cubas, cuyo estilo provocador y violento desequilibra, dejando inermes a sus colegas que no saben cómo domarlo, no se animan a sancionarlo porque la mayoría carece de credenciales de decencia y teme la reacción ciudadana. Payo da cintarazos, acusa citando nombres y apellidos, no teme a nada, no busca alianzas ni aplausos y proclama peligrosamente la “dictadura buena”, la que acabe con la plutocracia (gobierno de los ricos) y la cacocracia (gobierno de los malos)

Desde que ingresó como senador se ha robado el cartel de la oposición, dejando en segundo plano a los tradicionales protagonistas de la Cámara Alta. Es que él cruza la línea de lo políticamente correcto y dispara con brutal honestidad. Habla claro y fuerte, sin eufemismos. Con el celular en la mano, su vida política es un reality permanente. Es una mezcla de sheriff populista, con posiciones extremas que pueden ir de la izquierda a la derecha en minutos, con rasgos de misoginia y homofobia y aunque parezca un caos, tiene una clara agenda de la que no se apea un minuto: Payo es una marca, es el azote de Dios, “el terror de los corruptos”. Lo proclama él mismo: “Soy el resultado del voto bronca de este país, no soy el resultado de los que están en un espacio de confort. Soy un accidente, estoy en el estómago de mi peor enemigo, que es el Estado, el sistema”.

 

La consecuencia

El mundo ha dado muestras de un cambio paradigmático preocupante. La democracia occidental está en profunda crisis. Una crisis generada por la incapacidad de gestionar el poder político en favor de las mayorías, abriendo grietas en la sociedad, profundizando desigualdades sociales en medio de una obscena corrupción.

Estos asaltantes vestidos de presidente de la República, parlamentarios, intendentes y gobernadores son elegidos por el pueblo. Ellos hacen las leyes que no cumplen y ellos a su vez eligen a los fiscales y jueces que en vez de juzgarlos y condenarlos, los expía de sus crímenes. Esta perfecta arquitectura de la delincuencia es la que ha degradado la democracia que en su agonía engendra monstruos.

Es lo que pasó en Venezuela con Hugo Chávez, cuyo liderazgo surgió ante la corrupción de los partidos políticos que se alternaron en el poder mientras se repartían los ingresos petroleros en un festival de robo sin límites. Solo que Chávez terminó siendo lo mismo y para colmo en su agonía heredó el poder a Nicolás Maduro, quien lleva a la catástrofe al país.

Lo mismo pasó en Brasil. Lula, luego de ser un héroe mundial contra la pobreza, acabó inmerso en el mayor escándalo de corrupción que no solo lo metió preso a él, sino a toda la cúpula del PT, cuya derrota final parece que se escribirá hoy en las elecciones presidenciales. Tanto es el hartazgo contra el descarado robo, la crisis económica y la inseguridad que hoy Brasil optará por un fascista que frivoliza la dictadura. Jair Bolsonaro no es la causa, sino la consecuencia del hartazgo de la corrupción que se apoderó de la democracia.

 

Ni intentos

Paraguay, desde la caída de la dictadura, no ha hecho revolución ética. El Partido Colorado siguió gobernando, excepto un periodo (2008-2013) y el principal partido opositor, el PLRA, decidió ser cómplice en la repartija del Estado. En vez de ser la contracara y pelear el poder para la transformación nacional, optó por el lucrativo negocio de ser segundo.

La corrupción como sistema protegido por la clase dirigente mantiene su statu quo. Hay espasmos, pequeños cambios, pero sigue su marcha. Cuando ve que su poder está en riesgo entrega algunas cabezas para calmar las aguas.

Payo Cubas es una señal de alerta que el perverso sistema de partidos y sectores privilegiados no entienden a pesar de tener las pruebas en sus narices. Es el agente antisistema que ya está inserto en una sociedad hastiada de la corruptela política, el saqueo económico y la venalidad judicial. Así nacieron Chávez, Trump, Bolsonaro. El discurso de la democracia vacía no puede frenar estos fenómenos que cabalgan sobre los fracasos del sistema.

Cuando la democracia cooptada por delincuentes deja de dar respuestas, la ciudadanía busca salvadores de mano dura y soluciones fáciles sin percatarse de la trampa mortal que ello implica. ¿Es culpable la sociedad de este suicidio colectivo o es la clase política corrupta la responsable de esta marcha hacia el abismo?

Hoy están en la mira intendentes corruptos cuyas administraciones no se intervienen gracias a la protección corporativista de los diputados, ponen trabas a la reglamentación de la pérdida de investidura, congelan juicios políticos a ministros de la Corte cuya continuidad es insostenible, se alían para mantener sus privilegios, no pagan impuestos, negocian votos, silencios, pactos. Siguen su fiesta de corrupción e impunidad, desconectados de la dura realidad.

Los legisladores pueden desgañitarse cuestionando la falta de modales o los improperios de Payo Cubas, pero mientras sigan protegiendo a los delincuentes, sigan legislando privilegios, sigan burlándose de la gente, habrá miles de Payos que gustosos marcharán con sus cintos en la mano para “corregirlos”.

Si no comprenden este fenómeno como un síntoma de la absoluta decadencia, serán culpables por acción u omisión del retorno de monstruos autoritarios que rondan como buitres nuestra frágil y deshonrada democracia.

 

Estela Ruíz Díaz
UH
28.10.18

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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