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Año XXXV - N° 409 - Mayo 2017

Editorial

Urge independizarse de políticos que solo persiguen sus intereses

Los países que aspiran a la madurez y a la plenitud consideran dos independencias de relevancia esencial en su historia: la no dependencia de ningún yugo extranjero y aquélla que tiene como propósito desprenderse de aquellos lastres políticos que le impiden avanzar en la búsqueda de un mayor bienestar para todos.

El Paraguay se independizó de España. Sus habitantes, luego de las batallas libradas en contra de los argentinos al mando del general Manuel Belgrano en las que los hijos de esta tierra cumplieron un rol protagónico, tomaron conciencia de que era necesario desprenderse del yugo que los oprimía.

Lograda la liberación territorial, sin embargo, quedaba otra tarea acaso más ardua y difícil que aquélla porque no se resuelve en una batalla decisiva sino que está constituida por una serie de acciones en las que todos los días hay que sumar con generosidad, desprendimiento, coraje y, sobre todo patriotismo.

Desde el 14 y 15 de mayo de 1811, cuando el destino de la Nación ya no era determinado desde el Viejo Continente, el Paraguay trató de superar sus días de tinieblas para encontrarse con un sol espléndido que le deparara un futuro de esperanzas.

Sus gobernantes, sin embargo, en varios pasajes de su itinerario vital -salvo excepciones que pueden ser contadas con los dedos de las manos-, dieron preeminencia a sus ambiciones personales y grupales, olvidando entregarse de lleno a la causa de construir con ahínco, denuedo e inteligencia un espacio en el que todos, sin discriminaciones, pudieran vivir en concordia y con dignidad.

De esos políticos que se sirven de la patria y no le sirven, que lo llevan al abismo antes que a cumbres envidiables, es que el Paraguay requiere imperiosamente librarse todavía. Ellos nunca han desaparecido. Están allí, omnipresentes, al acecho para dar el zarpazo sin que les importe el impacto negativo de sus acciones irracionales. De ellos es ahora que el Paraguay necesita liberarse, independizarse, abandonarles para siempre de tal modo que un tiempo nuevo ondee su bandera.

En estos últimos meses hemos visto con pesar y, a ratos, rabia, cómo un grupo de políticos ávidos de permanecer en el poder o de volver a acceder a él ha ido pisoteando las normas vigentes en la República. Han violado la Constitución como si fueran los dictadores que emulaban al Tiranosaurio Stroessner.

Lejos de toda racionalidad, orquestaron un plan para echar en gorra cuanta norma se les interpusiera en el camino. Donde la Carta Magna, de modo explícito, les señalaba que solo a través de una Reforma se puede ampliar el mandato de un presidente de la República, encontraron vendedores de humo que indicaban lo contrario. Donde el reglamento de la Cámara de Senadores, sin prestarse a doble interpretación alguna, indicaba que una vez rechazado un proyecto de ley, el mismo no puede volver a ser presentado dentro del año legislativo, encontraron quienes maquillaron ese mismo instrumento legal para intentar forzar el dique que se había levantado a la pretensión de conseguir la reelección con un referéndum de por medio.

Cerrando el círculo, el grupo de senadores que retomó el nefasto principio de que la mayoría es la norma, no la norma misma aprobada con anterioridad, desconocieron la autoridad legítimamente constituida en la Cámara Alta para erigirse en juez y parte en la controversia reinante.

De esa clase política nefasta, que no respeta las leyes y está dispuesta a resucitar los abominables días de la dictadura en los que solo impera la voluntad de un hombre al que están subordinados todos los poderes del Estado, es que hay un hartazgo generalizado.

La República requiere políticos entregados a la causa de hacer prosperar el país, poner en marcha emprendimientos que sirvan para salir de la pobreza y el atraso, mejorar la calidad de vida de la población,  mayor seguridad en todos los ámbitos,  igualdad de oportunidades, justicia y sentido de equidad para todos los ciudadanos y otros indicadores que evidencien que los gobernantes están al servicio de los gobernados.

El país se independizará de los políticos que ponen en primer lugar sus ambiciones irracionales, fomentan el clientelismo y están dispuestos a violar las normas para conseguir su propio provecho sin que les interese la opinión del resto o la cordura de sus propósitos cuando actúe con madurez y sepa distinguir entre los que pretenden que el país siga en la cola de todas las estadísticas y aquellos que están dispuestos a deponer sus intereses personales para que el Paraguay avance de veras y no solo en los discursos demagógicos.

Para erradicar la lacra social constituida por políticos que solo utilizan su poder en beneficio personal o de un grupo que se erige en casta privilegiada, se vuelve imprescindible recurrir a la voluntad del ciudadano que se expresa en las urnas. En democracia, esa es la única vía válida jurídicamente para mantenerse dentro de la institucionalidad. Hay que votar en contra de los políticos que siguen oprimiendo a nuestro pueblo. Es necesario independizarse de una buena vez de ellos.

 

 
 

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