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Año XXXVII - N° 433 - Mayo 2019

Editorial

 

Es necesario instalar el verdadero sentido de lo que es el patriotismo

En este mes en que recordamos la independencia del Paraguay de España, en 1811, es oportuno hablar del patriotismo. Del patriotismo bien entendido, no de sus manifestaciones demagógicas perversas interesadas en promover una visión distorsionada del concepto y, por lo tanto, de su práctica.

El patriotismo es el amor a la nación a la que se pertenece expresado en hechos concretos.

Algunos piensan que su manifestación es morir por la patria, o realizar una proeza inaudita en tiempos de guerra o en alguna otra circunstancia extrema. Y nada más. Sin embargo, a esos gestos de valentía en situaciones límite hay que agregar que el patriotismo también se expresa en tiempos de paz cuando los ciudadanos se esfuerzan y luchan a diario para que el país se desarrolle y alcance mayor bienestar para todos sus ciudadanos, la justicia sea una realidad y no mero tema de discurso vacío de contenido, la pobreza sea derrotada y haya igualdad de oportunidades para todos en una sociedad equitativa.

Por lo tanto, el amor a la patria no se circunscribe a una etapa de conflagración en la historia de un pueblo sino que atañe también a la época en la que hay que construir, sumar, ir hacia adelante y resolver los problemas que se presentan en la cotidianidad. Esto último es importante porque implica que cada ciudadano puede ser un patriota si con su trabajo, su estudio, su tarea de gobierno o de algún otro modo honesto y apasionado, labra día a día la grandeza de la patria.

Desafortunadamente, el concepto de patriotismo se ha distorsionado. Algunos lo llevan al plano del patrioterismo o del chauvinismo, que no son sino el fanatismo absurdo, ciego y enfermizo que cree que su patria es la mejor del mundo y está por encima de todo y de todos. Esas ideas se sintetizaron en nacionalismos nefastos para la historia de la humanidad, traducidas, por ejemplo, en el fascismo de Hitler o Mussolini, sin olvidar a sus imitadores locales o regionales trasnochados, sobre todo los de la dictadura stronista y otros similares de América.

Lamentablemente esa desviación del verdadero significado de patriotismo ha sido aprovechada por los centros de poder mundial para descalificar todo lo que huela a patriotismo. El fenómeno de la globalización ha venido a acentuar más aún el desprestigio del término y de lo que conlleva en la acción. Lo que hay debajo de esa actitud es una mentalidad y una praxis de los imperios para sojuzgar mejor a los débiles. Saben muy bien que los pueblos resisten al calor y a la inspiración del amor a la patria a las imposiciones de los poderes hegemónicos.

A todo ello hay que añadir que –por lo general- a la clase política de la mayoría de los países del mundo no les gusta ni les conviene el fuego sagrado que conlleva el patriotismo. En democracia, en disfraces de democracia o en los totalitarismos abiertos que perviven en las puertas del siglo XXI, los que gobiernan a los pueblos se han degradado tanto detrás de sus intereses particulares, grupales o ideológicos, que evitan enfrentarse a lo que implica en el buen sentido el patriotismo.

Lo que hoy se ve y se oye y se siente cada vez más a nivel universal es que la corrupción, la mentira, la ausencia del sentido ético de la conducta, la primacía de las conveniencias particulares por encima del bien de la mayoría y otras actitudes similares han desplazado a valores como la honestidad, la ética, la verdad, la capacidad y la solidaridad, que son algunas de las expresiones del patriotismo militante.

Baste mirar nuestro país. No se habla de patriotismo porque sus gobernantes no están empeñados en labrar la grandeza del Paraguay defendiendo sus intereses, su soberanía y sus principios cardinales sino que están enfrascados en sordas luchas por el poder para obtener mayores beneficios económicos, más influencia sobre la sociedad y permanecer siempre en la cresta de la ola en la toma de decisiones.

Hay que mirar el calamitoso estado de la educación formal en sus tres niveles, el lamentable panorama de la salud pública, el aumento de la cantidad de funcionarios públicos originados en el clientelismo político que carcomen los ingresos provenientes del pago de impuestos, el Parlasur que no sirve para nada, las obras públicas insignificantes y otros hechos similares para constatar que el patriotismo es el gran ausente del Paraguay hoy.

A pesar de este escenario de ausencia de patriotismo, es necesario recuperar en primer lugar, la noción sana de lo que es en realidad: una disposición de ánimo y una voluntad individual y colectiva que deriva en acciones destinadas a superar el actual estado de cosas y proyectarse al futuro superando los obstáculos. Hay que volver a instalar la idea correcta del patriotismo y actuar en consecuencia.

 
 

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