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Año 42 - N° 499 - Noviembre 2024
Editorial
Israel y Palestina deben vivir en paz
Ninguna guerra, en cualquier lugar del mundo, por “justificada” que fuere, es conveniente para los países en directa pugna ni para los que, colateralmente, reciben su impacto.
Los principales afectados por las acciones bélicas que conllevan muertes, destrucción de infraestructura física, escasez de alimentos, huidas a otros países, miedo e incertidumbre constantes son los ciudadanos que sufren las nefastas consecuencias de los enfrentamientos.
La actual guerra entre Israel y Palestina -entiéndase más bien el grupo terrorista o independentista, depende de qué óptica se lo mire, Hamás- vuelve a poner ante los ojos de la humanidad el terrible flagelo de muerte y destrucción ratificando el dicho del comediante latino Plauto ratificado por Hobbes en la frase homo homini lupus: el hombre es un lobo para su semejante.
La disputa palestino-israelí no es nueva. En los últimos años ha recrudecido con episodios de violencia más o menos intensos entre ambos bandos. Son vecinos belicosos que siembran sangre en aras de sus pretensiones vinculadas a la posesión de un territorio.
El punto culminante de la lucha que encendió la mecha de la guerra total en curso se dio el 7 de octubre de 1923 cuando militantes de Hamás entraron sorpresivamente a Israel y mataron a más de mil personas. Esa circunstancia dio pie para que el agredido reaccionara con sus poderosos medios bélicos para ingresar a Gaza y causar muertes y daños sin precedentes. Los palestinos estiman que los muertos de la confrontación, en su mayor parte civiles, ascienden a más de 40.000.
Es obvio que la reacción de Israel es desmedida y no acorde a herederos de un pueblo que tanto sufrió en la Alemania nazi, solo por citar un hito de su calvario en la diáspora. No se ciñó solamente a acciones punitivas para “cobrar” el daño que le ocasionaron sus atacantes, sino que fue mucho más lejos alegando que su propósito es acabar con Hamás eliminando a sus líderes y combatientes. El problema de este planteamiento es que la principal afectada por la lucha es la población civil obligada a desplazarse, bombardeada, hambrienta, enferma y temerosa.
La guerra no se circunscribe a esos dos bandos porque los palestinos cuentan con el apoyo directo de Irán, el Hezbollah del Líbano-cuyo gobierno, curiosamente, se mantiene al margen- y los hutíes de Yemen, y del lado de Israel, Estados Unidos. La Unión Europea, que sigue de su lado, aunque con reticencia, no se anima a apartarse. España es la única crítica que apoya a Palestina.
Volviendo a que ninguna guerra conviene a la salud de la humanidad y mucho menos a quienes sufren el impacto directo de la crueldad bélica, es hora de un cese del fuego entre los que combaten directa e indirectamente para sentarse a conversar y llegar a un acuerdo de paz duradero.
Tanto Palestina como Israel tienen derecho a territorios en los que puedan vivir en paz y bienestar.